Últimamente, me toca volar bastante durante mis días de descanso.
Pero qué alegría pasar 48 horas rodeado de viñas y colegas de profesión, bajo un sol radiante de día, que te abraza con sus cálidos rayos, y unos húmedos y frescos susurros de la brisa en la penumbra de la noche.
Dos días, para conocer más de cerca el proyecto de Mario Rovira y su madre Marisol, de bodegas y viñedos Akilia a escasa distancia de la bella Ponferrada. En las faldas de los montes aquilianos en San Lorenzo (nombre dado por los romanos, por la gran presencia de águilas (aquilias) sobrevolando la zona), tienen 4,5 hectáreas de viñedos en vaso en propiedad. Quieren aprovechar esta zona fresca del Bierzo para hacer unos vinos honestos, menos contundentes pero de delicada complejidad y afilada frescura, sin maquillaje de madera.
Ocho son los productos que elaboran:
- Villa de San Lorenzo blanco y tinto(mezcla de parcelas y variedades)
- K (vino blanco de la parcela valdesacia a base de palomino y doña blanca)
- Chano Villar y Lombano(llamados a desaparecer por desavenencias con el viticultor. Lombano es el único vino que tiene una sutil crianza en barrica)
- Villarin(monovarietal de mencía, fresco y elegante sobre suelo rico en cuarcita, quizás mi preferido en los tintos)
- Un clarete(con alma de blanco)
- Tosca cerrada(con crianza biológica bajo velo flor : el eslabón perdido, vino intermedio entre un blanco seco y un jerez)
No entraré en detalle de todos los vinos, sólo comentar que tuvimos la suerte de hacer una cata vertical de K de las añadas 2011 al 2015. Pude notar una línea de trabajo marcada y coherente, reflejada en las diferentes botellas, con sutiles oscilaciones bailando a ritmo impuesto por el carácter de las añadas.
Se me erizan los pelos al recordar el del 2011. Un vino graso, seco, limpio, salino y fresco con esa bendita acidez que te estremece de pies a cabeza.
Me entristece en cambio, que, desgraciadamente, por la escasa producción y las necesidades económicas de esta sociedad que impide al elaborador retener más tiempo estas joyas en bodega, ya no queden botellas de esta añada. Una lástima no poderle dejar el tiempo a los vinos, para poder expresarse con toda su grandeza.
De los tintos, aparte de agradecer que, en tiempos de calentamiento global del planeta, sean unos vinos donde el grado alcohólico no pasa de los 13ª; destacaré el Villarin del cual soy un enamorado. La añada que viene (en unos meses) es para mí algo más amplia que la de la cosecha anterior (2013) pero mantiene esa tensión y sensación aérea que te hace volar y acabar la botella sin apenas darte cuenta.
Si hablamos de los artífices de estos tesoros embotellados: Mario es como sus vinos, un hombre con bagaje, discreto, amable, pausado y tranquilo que cuando profundizas te da ganas de más, y de seguir disfrutando de él hasta alta horas de la madrugada, deseando que no se acabe hasta dar en la diana de su filosofía. Marisol, como los días que tuvimos, es llena de luz y de vida. Es radiante y risueña, dándote la nota de la melodía de la alegría, pero también franca, directa y explosiva como la acidez de sus vinos. En definitiva, creo que madre e hijo están embotellados en estos parcelarios.
Así que si tienes la suerte u oportunidad de tener una botella de esta bodega en tus manos, acaríciala con un sacacorchos, y verás cómo, cual genio de la lámpara de Aladín, salen, Marisol y Mario, para concederte tus 3 deseos: honestidad, finura y placer